Rememorando versos de sentimiento hernandiano, otro manotazo duro, otro golpe helado ha inundado de tristeza y llanto al cine español, al universo rabaliano y a Milana Bonita.
El fallecimiento del cineasta murciano-aragonés le ha robado un buen cacho de alegría al séptimo arte español, en general, porque, como tituló un importante periódico, Carlos Saura era la esencia del cine español; pero muy particular y especialmente porque faltaban horas para la entrega de los Goya, la gran fiesta cinematográfica española, en la que estaba llamado a recibir el Goya de Honor; un poco tardío, cierto, este reconocimiento al trabajo, nacional e internacional que, durante setenta años, lo ha hecho ascender al palco de los mitos. Y posiblemente se haya acomodado ya en la butaca contigua a la de Paco Rabal. Y le habrá recordado este que él también se quedó a las puertas de recoger el Premio Donosti, en la 49 edición del Festival de Cine de San Sebastián, y del que se le iba a hacer entrega veintitantos días después de morir. Curiosa similitud Rabal-Saura.
También ha caído su muerte como un mazazo, como un jarro de agua fría, sobre nuestro universo rabaliano, en el que hasta la milana bonita se ha acurrucado de tristeza en el hombro de Azarías. Carlos Saura fue siempre nuestro imposible rabaliano. “A Carlos, por su trabajo y por su forma de organizárselo, nunca puede nadie comprometerlo con más de quince días de por medio”, nos decía su esposa, Eulalìa Ramon, que sí forma parte de nuestra orla rabaliana. Y, claro, quince días para organizar algo tan importante son impensables para una asociación de nuestras características.
Nunca supo Murcia alardear de la ascendencia originaria de un cineasta como Carlos Saura, a cuyo abrigo aprendimos a embriagarnos de cine la juventud quinceañera de finales de los sesenta. Y tuve la suerte –siempre la he tenido en esto del cine y el teatro— de conocerlo personalmente, en 1977, en un viaje que hizo a Barcelona, tal vez, para tratar la incorporación de Xavier Elorriaga a su entonces próxima película, Con los ojos vendados.
Sus comentarios sobre Paco Rabal, a propósito de la película Llanto por un bandido, y, posteriormente, los otros tres largometrajes en los que dirigió a nuestro icono —Los zancos (1984), Pajarico (1997) y Goya en Burdeos (1999) eran avales más que suficientes para ser investido rabaliano. Pero no pudo ser. Y ahora, con la perspectiva de su trayectoria rabaliana, coronada con aquellas palabras de Paco, “Me gustaría hacer Goya con Carlos Saura, y después me muero o me retiro”, Milana Bonita, afligida por la fatídica perdida de su imposible rabaliano, no puede por menos que exteriorizar su llanto por Carlos Saura.
Miguel Ángel Blaya